Por Javier Fuentes
Donald Trump y Santiago -Alofoke- Matías, aunque nacidos en mundos
opuestos, son reflejo de lo mismo: sociedades fracturadas que han
elevado a figuras que responden más a sus carencias que a sus ideales.
Este artículo, desde un enfoque psicológico y social, explora cómo ambos
se han convertido en productos —y síntoma— de fallos profundos.
En sociedades rotas, los líderes no emergen: se deforman.
Donald Trump y Santiago Matías (Alofoke) no son anomalías; son
criaturas moldeadas por el desencanto colectivo, por la fragilidad
institucional, y por un entramado psicológico que recompensa la emoción
antes que la razón.
Ambos son espejos incómodos que nos obligan a mirar hacia adentro.
¿Qué nos lleva a seguir a figuras que rompen con lo racional, lo
institucional, lo ilustrado?
Fallo y necesidad de figura paternal
Cuando las instituciones fallan, las personas buscan seguridad emocional
en figuras fuertes.
El psicólogo social Erich Fromm escribió: “Cuando el mundo deja de tener
sentido, buscamos autoridad, no libertad.”
Génesis del autoritarismo emocional.
Tanto Trump como Alofoke proyectan seguridad, decisión, y una narrativa
clara (aunque simplificada), que atrae a las masas frente a la
incertidumbre.
Este fenómeno se alinea con la teoría del “refugio autoritario” de Karen
Stenner, quien sostiene que ante la complejidad, muchas personas
prefieren líderes que prometen orden, homogeneidad y control, incluso a
costa de la democracia.
Luego analizaremos el fenómeno Nayib Bukele, la estridencia de Ingrid
Jorge (la torita) y la espectacularidad de otros “influencers”.
Culto al narcisismo compartido
El ascenso de estos personajes no puede desligarse del auge del
narcisismo colectivo, un concepto que Christopher Lasch abordó en “La
cultura del narcisismo” (1979): “Una sociedad que prioriza la imagen
sobre el contenido está destinada a exaltar a los que mejor la
representan.”
Trump construyó su imagen sobre la base de “ser el mejor”, “el ganador”,
el que siempre “hace tratos”. Alofoke también se presenta como el que
“venció al sistema”, que logró el éxito “sin títulos ni validaciones
académicas”.
Ambos encarnan la ilusión del éxito sin mérito tradicional, del poder sin
sacrificio intelectual.
Son símbolos aspiracionales de una sociedad obsesionada con el ascenso
rápido, la visibilidad y el poder.
Pensamiento binario y emocional
El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, explica en
“Thinking, Fast and Slow” que el cerebro humano tiene dos sistemas: uno
lento, racional y analítico; y otro rápido, intuitivo y emocional.
En tiempos de crisis o saturación informativa, el cerebro opta por el
sistema rápido. Ahí se insertan perfectamente Trump y Alofoke: discursos
simples, respuestas inmediatas, soluciones mágicas.
Ambos eliminan la ambigüedad. No hay grises.
Trump habla de “grandes ganadores” y “terribles perdedores”. Alofoke
promueve una narrativa de “ricos o fracasados”, “barrio o élite”,
simplificando problemáticas complejas que exigen matices.
Esta simplificación emocional es profundamente seductora para el
ciudadano cansado de lo complejo.
Validación digital y el colectivo
La psicóloga Sherry Turkle, en “Alone Together”, analiza cómo la
tecnología ha creado una sociedad hiperconectada pero emocionalmente
aislada.
En ese vacío, las figuras públicas que dominan el espacio digital se
convierten en referentes emocionales. Trump usó Twitter como un
megáfono personal. Alofoke, YouTube y sus redes, como su feudo
comunicacional.
Ambos dan al público la ilusión de cercanía, de ser “uno más del pueblo”,
aunque manejen niveles de poder, riqueza o manipulación informativa
extraordinarios distintos.
Esa relación simbiótica digital refuerza la identidad de seguidores que
necesitan verse representados en sus propios resentimientos,
frustraciones o aspiraciones.
¿Qué sociedad los necesita?
No se trata de culpabilizar exclusivamente a Trump o a Alofoke. La
pregunta es más dura: ¿qué clase de vacío social los hizo
necesarios?.
El psicólogo Carl Jung advertía: “El hombre sano no tortura a otros.
Generalmente es el torturado el que se convierte en torturador.” Es decir,
una sociedad emocionalmente fracturada no elegirá líderes sanos, sino
aquellos que representen sus propias heridas.
Vivimos en tiempos donde la emoción, la indignación y la viralidad
sustituyen al criterio, al pensamiento crítico y al diálogo.
Y es ahí donde surgen estos personajes en el hueco; entre la razón y la
rabia, entre la democracia y la decepción.
Continuará……..