Un teatro bello en sus formas y poético en sus parlamentos, producto de un escritor con un dominio extraordinario del lenguaje. Haffe Serulle no es un director popular ni mediático. No busca vender boletos: persigue el contacto esencial entre espectador y actor.
La trascendencia del teatro de Haffe Serulle, probablemente, será evaluada muchos años después de su último montaje. No es un teatro casual ni recreativo. Su legado es una semilla sembrada: nuevos criterios, inconformismo social, poética de alto nivel e innovación en sus recursos técnicos.
Se trata de un teatro con una especificidad única, lo que no implica que sea superior o inferior a otras expresiones escénicas en el país, pero sí que posee una clara diferenciación estética y de contenidos.
El teatro de Serulle se define por su intensidad física y gestual; su vocación poética del texto y del cuerpo; su compromiso crítico y social; y su enfoque estético audaz y simbólico.

Parte de la crítica lo reconoce como una propuesta profundamente arraigada en la identidad cultural dominicana y, a la vez, radicalmente experimental. Entre público, actores y críticos, su quehacer es divisivo: están quienes se encandilan con los lances escénicos de lo “Haffiquiano” y quienes, sencillamente, no lo disfrutan o los rechazan., Serulle es contracorriente, y esa calidad implica riesgos y definiciones , adherencias y fidelidades y rechazos radicales e incordios sociales de todo tipo.
En Cuerpos de barro, lo haffiquiano vuelve a tomar cuerpo y espacio, desplegando sus elementos esenciales. El montaje, que continúa en funciones esta y la próxima semana en la Sala Ravelo del Teatro Nacional, es recomendable para todo amante del teatro con originalidad.
Se caracteriza por la belleza y coherencia del texto dramatúrgico, fruto de un autor con dominio extraordinario del lenguaje, capaz de imprimir un aliento poético y dramático notable. Forma parte de una constante investigación de temas sociales y personales, históricos o actuales, tratados de forma original, hermosa, sin repetición y sin elementos prescindibles.

“EL ANCIANO.- No, no, son las ramas que azotaron mi infancia y marcaron por siempre mi vida. Son las ramas que golpearon mis entrañas y me llenaron la cabeza de estupideces. Son ramas maléficas que vienen de lejos cargadas de veneno, con la clara intención de dañar mi cerebro. Aleja esas ramas de mi lado. ¡Aléjalas ya! ¡Ya!”
Sus discursos dramatúrgicos están cargados de figuras, sentencias y aforismos, en una tonalidad que combina lo inspirador, lo cuestionador y lo socialmente incómodo.
“LA MUJER.- He aquí el fundamento de tu vida, la esencia de la gloria que da sentido a tu paso por la tierra. He aquí el néctar consagrado por las divinidades que a puertas cerradas decidieron darte larga vida. ¡Salud, mi rey!”