Se trataba de familias estructuradas a partir del predominio del hombre sobre la esposa, los hijos y la descendencia.
Guillermo Céspedes del Castillo (1920-2006), americanista español y maestro de generaciones, sitúa a la familia como la más confiable y sólida de las entidades sociales españolas de finales del siglo XV. Su fortaleza se apoyaba en tres pilares esenciales: la religión, la patria potestad y el respeto y sumisión a los padres, mientras que el honor familiar tenía entre sus símbolos la virginidad premarital y la fidelidad marital femeninas. En cuanto a la fe, se reconoce el peso de las normas religiosas en la sociedad española, estimulado por el hecho de que, para entonces, había tenido a las santidades Calixto III y Fernando VI, ambos de la familia Borja.
La cohesión de la familia gracias a la fe religiosa, tenía por complemento la disciplina que le imponía la patria potestad, es decir, los derechos y deberes que tenían los padres sobre los hijos no emancipados hasta los 25 años de edad. Se trataba de familias estructuradas a partir del predominio del hombre sobre la esposa, los hijos y la descendencia. En este esquema, tener muchos hijos se veía como fruto de la bendición de Dios, pero también indicaba la virilidad del marido y la femineidad de la mujer, garantes de la perpetuación y ascenso social de la familia.
Para la época, el patrimonio de la nobleza se preservaba con la figura del mayorazgo, que confería el derecho de sucesión al primogénito. Los demás hijos, llamados segundones, tenían el sacerdocio y la vida militar como vías de ascenso social, precedidas por ayudas como empleos, bienes y alimentos ofrecidas por parientes y relacionados. A pesar de que no dejaba de ser otra prueba de virilidad del padre, los hijos no amparados por el matrimonio, llamados bastardos, tampoco eran considerados en la sucesión patrimonial.
Junto a la familia tradicional estaba la extensa, que podía conformarse por el contacto entre diferentes familias nucleares a partir de la convivencia social y no necesariamente de los rasgos de parentesco. Desde esa perspectiva, amigos con los mismos intereses: empleados, criados, campesinos, fueran o no del mismo sexo, formaban familias extensas. Otras formas de afiliación familiar fueron el compadrazgo y las cofradías, las cuales representaban gran peso espiritual, social y afectivo. Por sus propósitos, las familias extensas, como las tradicionales, se caracterizaban por la hospitalidad, la confianza, la lealtad, beneficencia, la caridad y la eficiencia.
El trasplante de la familia peninsular en América se intentó desde los primeros decenios del siglo XVI. En este empeño jugaron un papel importante las autoridades reales, los misioneros religiosos y los conquistadores. Vale decir que la instalación en América del modelo de familia imperante en España no fue posible en la dimensión deseada, debido, entre otras razones, a las modificaciones impuestas al esquema de colonización por las grandes distancias a salvar entre ambos continentes, a la integración forzada de la población indígena y al contacto con las mujeres nativas ante la falta de las hispanas.
Céspedes del Castillo sostiene que la colonización de América por España debilitó los valores que identificaban sus tradiciones. En lo que respecta a la tradición familiar, por ejemplo, destacan los efectos en la orientación monogámica que la tradición cristiana imponía al patrón familiar español. Sin esperarlo, dicha colonización facilitó la libertad sexual de los conquistadores con sus criadas y esclavas, quedando debilitada la idea de la fidelidad. Contra esta conducta se impuso que los colonizadores españoles viajaran con sus esposas y se facilitó la llegada al continente de mujeres solteras. Además, en marzo de 1503, se autorizaron los matrimonios mixtos en las Indias, es decir, entre cristianos e indias y entre cristianas e indios. Se sabe que estas medidas no arrojaron los resultados deseados, por lo que, las mujeres españolas, indefensas, tuvieron que asimilar la degradación de su rol como esposas, conformarse con la no exhibición pública de sus maridos y hasta perdonarlos por mandato del credo cristiano.
Este esquema provocó la condición de hija de familia en América, que consistía en la mujer soltera que regresaba a vivir con sus padres u otro miembro de familia. Otras acudían a refugios que ofrecían ciertas libertadas y, con menos frecuencia, a los conventos.
A pesar del reconocimiento del rol patriarcal del hombre en las familias indianas, la mujer supo combinar la obediencia con su don de mando. Así lo muestra su desempeño como comadronas, curanderas, panaderas, pasteleras, modistas, bordadoras, conductoras de asuntos domésticos, entre otras. En el caso de las acaudaladas, llegaron a ser propietarias de unidades productivas, de alojamientos para huéspedes, de esclavos para dedicarlos a servicios domésticos por alquiler, y otras.